En este recorrido por el libro de Apocalipsis llegué al
siguiente pasaje.
Apocalipsis 1:14-16
“Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana,
como nieve; sus ojos como llama de fuego;
y sus pies semejantes al bronce bruñido,
refulgente como en un horno; y su voz
como estruendo de muchas aguas. Tenía
en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos
filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su
fuerza.”
Una porción de la Palabra de Dios que nos describe la imagen
de Jesús no encarnado, en su gloria original.
Su gloria precede la creación,
así como su encarnación temporal en la tierra
Juan 17:5
“Ahora pues, Padre,
glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria
que tuve contigo antes que el mundo fuese.”
Juan 17:24
“Padre, aquellos que me has
dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado;
porque me has amado desde antes de la
fundación del mundo.”
Una gloria que será
compartida con los creyentes
Romanos 8:11
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que
mora en vosotros.”
II de Corintios 5:1-3
“Porque sabemos que si nuestra morada
terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una
casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos,
deseando ser revestidos de aquella
nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no
desnudos.”
Filipenses 3:20-21
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
el cual transformará el cuerpo de la
humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya,
por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”
II de Pedro 1:3-4
“Como todas las cosas que pertenecen a
la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel que nos llamó por
su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;”
I de Juan 3:2
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal
como él es.”
Jóvenes, hoy no podemos sino con un acto
de simple imaginación, con una mente humana y terrenal, tratar de imaginar la
belleza de nuestro Señor Jesús, tengamos siempre presente que parte de esa
belleza operará en nosotros, nuestros cuerpos mortales serán vivificados, tendrán
características incomparables a las que tenemos ahora, seremos transformados a
la semejanza de su cuerpo, participando de la naturaleza divina, con semejanza
a Dios. ¿Qué realidad más esperanzadora que esa? Llevemos esa esperanza a
quienes no conocen el Evangelio de la Salvación.
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