jueves, 6 de febrero de 2014

LA VERÀS MÀS NO ENTRARÀS

Y habló Jehová a Moisés aquel mismo día, diciendo: Sube a este monte de Abarim, al monte Nebo, situado en la tierra de Moab que está frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que yo doy por heredad a los hijos de Israel; y muere en el monte al cual subes, y sé unido a tu pueblo, así como murió Aarón tu hermano en el monte Hor, y fue unido a su pueblo; por cuanto pecasteis contra mí en medio de los hijos de Israel en las aguas de Meriba de Cades, en el desierto de Zin; porque no me santificasteis en medio de los hijos de Israel. Verás, por tanto, delante de ti la tierra; mas no entrarás allá, a la tierra que doy a los hijos de Israel.” – Deuteronomio 32:48-52

El plan inicial en el corazón de Dios, era que fuese Moisés quien liderara e ingresara a la nación de Israel a la tierra prometida. Tierra de Canaán la cual fluía leche y miel. Todo iba bien hasta el momento en el que Moisés peca en medio de los hijos de Israel, en las aguas de Meriba de Cades; al no santificar a Dios en medio de los hijos de Israel.

Una vez más la desobediencia del hombre interrumpiendo el plan perfecto de Dios. A causa de esto Dios mismo establece el sucesor de Moisés, quien entraría a tomar posesión de la tierra prometida por Dios a Abraham y su descendencia. Este hombre sería Josué, hijo de Nun.

Pero lo que llamaba mi atención es lo que viene en el capítulo 34. Te animo a leerlo a continuación…

Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy. Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, NI PERDIÓ SU VIGOR.” - Deuteronomio 34:1-7

Dios en su misericordia, le permitió a Moisés ver con sus propios ojos la tierra prometida años atrás. Moisés la pudo observar, contemplar, admirar. Creo por la situación misma que leemos finalizando Deuteronomio, que Moisés suspiro profundamente al ver el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a su nación amada. Sin embargo  no pudo entrar.

¿Que llamó mi atención y a la vez me llevaba a meditar? Que cuando Moisés murió, sus ojos nunca se habían oscurecido ni había perdido su vigor. Es decir, si él hubiera obedecido en las aguas de Meriba; tendría la salud entera para ingresar a los Israelitas a la tierra prometida. Sin embargo Dios decidió unirlo a su pueblo (a causa de su desobediencia en un punto específico) y darle ese privilegio a Josué hijo de Nun.

El mensaje es claro. El pasaje lo grita. ¿Cuantas cosas nos perdemos como hijos de Dios por simplemente no estar dispuestos a obedecer lo que él nos pide en las diferentes áreas de nuestra vida?

La verás más no entrarás. Una frase de Dios a Moisés que le debió doler en lo profundo de su alma.

Anhelo que Dios no tenga que decirnos lo mismo a ti o a mi a causa de nuestra desobediencia.

Un abrazo y nos vemos mañana,

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que BUENA exhortación... Adelante con esta linda labor

Anónimo dijo...

De cuantas bendiciones nos hemos perdido por no escuchar la voz de Dios y por no esperar en El. Esto me hace meditar en que si quiero tener una buena vida aquí en la tierra debo obedecer a Dios en todo! Sin importar mis planes, prefiero los de Dios que son perfectos.
Gracias!