miércoles, 30 de septiembre de 2009

CONTRA LA CORRIENTE

Puede sonar un poco frívolo, pero me gustan las cosas exclusivas. En el arte, por ejemplo, saber que el cuadro que tienes en tu casa lo tienen mil personas más, también en la sala de su casa, le resta valor. Lo mismo con la ropa, ya te dije que puede sonar superficial, pero es aburridor llegar a un lugar y encontrarse con que alguien usa la misma camisa, con los mismos colores y botones que la tuya. No es de vida o muerte, pero prefiero lo original.

Los seres humanos pensamos así con respecto a las cosas, pero hoy quiero que pensemos juntos, de la misma forma en cuanto a las personas, más específicamente, en cuanto a nuestros propios cuerpos. Tenemos, de pies a cabeza, unos miembros únicos, somos irrepetibles, dicen que no existen dos orejas iguales en todo el universo. En una entrada anterior leímos sobre el salmo 139 y cómo para Dios somos singulares.

Ahora, si me lo permites, entrando en terrenos más íntimos, los hombres y las mujeres tenemos algo que, a excepción de nuestros papás, nadie más conoce, ni toca, por lo menos hasta nuestra adolescencia, son nuestros órganos reproductores: El pene y la vagina.

En el hombre y en la mujer estos miembros “preciosísimos” son los encargados de empezar el proceso de multiplicación de la raza humana. En nosotros y en ellas, es ahí donde se encuentran contenidas las semillas de la vida.

Esos miembros son un tesoro, quien tenga acceso a ellos, ya como nuestra pareja, debería ser solamente y solamente, aquella persona del sexo opuesto que le pertenece a Dios y que ya nos ha dado primero su mente, su corazón, sus años y está dispuesto a darnos su vida, por el resto de la vida.

Desafortunadamente yo no lo entendí temprano así. Tal vez te pasó lo mismo que a mí y en el pasado entregaste ese tesoro a alguien que hoy es un perfecto desconocido para ti. Y luego a otro (a) y después a otro (a) y esa obra exclusiva que Dios te regaló para entregarla como una fortuna al amor de tu vida, se convirtió en posesión de varios fulanos pasajeros. Suena triste.

Embarazos traumáticos, enfermedades absurdas, sentimientos heridos y hogares débiles, son, en muchos casos, el resultado de ese mal negocio en el que cambiamos diamantes por caramelos. Si te pasó como a mí, tenemos una esperanza: Cristo perdonó todo ese pasado, ÉL borró todo lo que hicimos sin ÉL y renovó todo nuestro ser. En mi caso particular estoy seguro que ÉL me hizo de nuevo de pies a cabeza, por dentro y por fuera, el día de mi Salvación.

Hoy quiero animarte a que seamos abanderados de una generación que entiende el valor que tiene ante los ojos de Dios. Una generación pura, VIRGEN, así, sin miedo. Que se guarda para Su Señor y para el matrimonio.

No nos martiricemos con el pasado (DIOS LO BORRÓ), más bien permitamos que ÉL lo use en las vidas de los que nos siguen para que seamos como José: que huyamos del pecado, que nos guardemos para lo mejor, siempre, que no nos dejemos dominar por los instintos básicos que compartimos con los animales sino que seamos gobernados por los propósitos superiores que compartimos con nuestro Creador.

Jamás nos vamos a arrepentir si hacemos de nuestro cuerpo una posesión exclusiva de Dios y en su tiempo de nuestro cónyuge.

Guardémonos para nuestro Dios, si de verdad es Él nuestro mas grande Amor.

2 comentarios:

MAC dijo...

Que buen mensaje, no lo había visto así y de cierta forma no entendía que Dios me hizo nuevo y borró todas esas cosas que ya pasaron. Pido perdón por el mal uso que le he dado a mi cuerpo después de recibir el precioso regalo de la salvación.

Y que bueno es guardar mi cuerpo para el Señor.

MAC

Anónimo dijo...

Nuestra cultura occidental no da mucho espacio para mirar nuestro cuerpo como creacion de un Dios bueno, la publicidad nos guia desde la mas temprana infancia a vender nuestra imagen y nuestros mas preciados dones son pisoteados antes de llegar a la adolescencia.... pero hay esperanza si nos volvemos a Cristo en constante y sincero arrepentimiento para girar y cambiar.