jueves, 15 de octubre de 2015

¡MISERABLE DE MÍ!

Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.” – Romanos 7:14-25

Este pasaje siempre me ha impactado al ver en él, la guerra literal que existe entre las dos naturalezas que ahora tenemos como creyentes. Veo en él un grito de auxilio literal por parte del apóstol Pablo, al comprobar de primera mano que en su carne no mora el bien. Es suficiente con leer algunos apartes que salen del mismo texto. Acá algunos de ellos:

Mas yo soy carnal, vendido al pecado / lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. / En mi carne, no mora el bien / el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. / No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. / Que el mal está en mí. /

¿Te has sentido cautivo en Romanos 7 en algún momento de tu vida? De seguro que SI. Según el hombre interior nos deleitamos en la ley de Dios, tomamos decisiones en cuanto a nuestra conducta, hacemos resoluciones desde lo más profundo de nuestro corazón; pero algo pasa que finalmente nos conduce a usar nuestros miembros para ser llevados cautivos a la ley del pecado; y es entonces que exclamamos desde lo más profundo de nuestra alma:

¡MISERABLE DE MÍ! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

Y entonces viene la respuesta del Buen Señor. Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor Nuestro. Solo en Él, en el poder manifestado en la cruz del calvario es que encontramos el poder para ser libertados de la esclavitud del pecado. Las buenas nuevas. ¡Que refrigerio para nuestra alma! Que gozo saber que el pecado no se enseñoreará de nosotros al saber y entender que ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia. El favor de Dios se ha manifestado para con nosotros en la persona de nuestro precioso Señor y Salvador Jesucristo.

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” – Hebreos 4:14-16.

Un abrazo y nos leemos mañana,

Javier.

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