Su nombre es Guillermo. Trae la cabellera muy alocada, una camiseta con agujeros, pantalones de mezclilla y sin zapatos. Es brillante. Un poco esotérico y por obvias razones no puede pasar desapercibido. Se hizo cristiano mientras asistía a la universidad.
Enfrente de la calle de la universidad estaba una Iglesia conservadora de gente bien vestida. Ellos quieren desarrollar un ministerio para los estudiantes, pero no están seguros de cómo hacerlo.
Un día Guillermo decide asistir. Entra sin zapatos, con pantalón de mezclilla, su camiseta rota y su loca cabellera. El servicio ya ha comenzado así que Guillermo se pasea por el pasillo, buscando donde sentarse. La Iglesia está completamente llena y no encuentra lugar. Para este entonces la gente se ve un poco incómoda, pero no dicen nada.
Guillermo se acerca más y más hacia el púlpito y, cuando se da cuenta que ya no hay más lugares, se sienta allí mismo en la alfombra al frente del predicador. (Aunque este comportamiento es perfectamente aceptable en un compañerismo de la universidad, créeme, esto nunca había pasado antes en esta Iglesia!).
Ahora la gente está verdaderamente incómoda, y la tensión en el aire está gruesa.
Casi al mismo tiempo, el ministro se da cuenta que desde muy atrás de la Iglesia, un diácono caminando muy despacio está tratando de llegar al frente donde está Guillermo. Ahora el diácono, de ochenta años aproximadamente, pelo gris, y un traje demasiado elegante, se dirige a donde este joven despreocupado y con espíritu aventurero.
Un hombre muy espiritual, muy elegante, muy digno, y muy cortés.
Camina con un bastón y, mientras va caminando hacia el muchacho, todos se están diciendo a sí mismos que no lo pueden culpar por lo que va a hacer. ¿Cómo puedes esperar que un hombre de su edad y de fondo entienda a un joven de la universidad sentado en el piso?
Se tarda mucho tiempo para que el hombre llegue hasta el frente. La Iglesia está silenciosa excepto por el bastón del hombre. Todos los ojos están puestos en él. Ni siquiera se puede escuchar que alguien respire.
El ministro ni siquiera puede predicar el sermón hasta que el diácono hace lo que tenía que hacer. Ahora todos ven a este hombre anciano soltar su bastón en el piso. Con gran dificultad se agacha y se sienta enseguida de Guillermo y comienza a adorar junto con Guillermo para que no se sienta solo.
Todos están muy emocionados. Cuando el ministro toma control, él dice, "Lo que estoy a punto de predicar, nunca lo recordarán. Lo que acaban de ver nunca olvidarán. Tengan cuidado de como vivan. Ustedes pueden ser la única Biblia que algunas personas jamás leerán."
Nos Vemos Mañana,
1 comentario:
excelente ejemplo, gracias, que nuestra gentileza sea conocida de todos los hombres, el señor esta cerca.....
diegorc
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