Hace mucho tiempo cuando aún era un
niño sufrí un accidente tremendo que me dejó secuelas permanentes para toda la
vida; en ese momento de mi existencia no podía comprender porque algo tan
terrible podía haber pasado e ignoraba que existía una verdadera vida que iba
más allá de nuestro paso por la tierra.
Prácticamente durante un periodo de 20
años que abarcó desde el colegio hasta mediados de la universidad, crecí
cuestionando y renegando día a día sobre mis circunstancias y mis problemas y
realmente poco me importaban los problemas de los demás, avanzando en el estudio
de mi carrera Dios permitió que varias personas me mostraran el evangelio y me
negaba a aceptarlo, de hecho antes de ser creyente le pedía a Dios que hiciera
un milagro en mi vida reparando mi cuerpo y aliviando mi dolor para que así creyera
en Él.
Sin embargo y como la lógica divina
es sustancialmente diferente a la humana, todo ocurrió de manera inversa,
primero creí en el Señor y acepté el evangelio, comencé a confiar en Él, a
congregarme, a discipularme, a orar y poner en sus manos mi sufrimiento, lo
hacía de manera individual y reunido con la congregación, pedía sin cesar
alivio a mi dolor y cuando menos lo podía pensar y de la manera más maravillosa
Dios me contestó y me demostró su inmenso poder y quitó de manera considerable
gran parte del sufrimiento que durante 26 años había sido mi compañero de
camino.
Jóvenes, como pasan cosas malas también
ocurren otras buenas que son prueba de la misericordia divina y fuente de
testimonio de cristianos que han sufrido graves accidentes y como yo y muchos
otros fuimos mutilados. Dios tiene un propósito para cada cosa que pasa y en
casos como éste de seguro es que personas que hayan padecido circunstancias
similares, cuando escuchen el evangelio no se excusen en esos hechos dolorosos para
negarse aceptar a Jesucristo y al ver nuestra forma de vivir en el mundo
acepten al Salvador y dejen su padecimiento en manos del Señor.
Dios nos fortalece cada día recordándonos
que todas las situaciones adversas son momentáneas y que pronto partiremos a gozar
de la presencia de Dios por toda la eternidad, a nuestra verdadera casa y con
nuevos cuerpos.
Quiero concluir esta entrada señalando
algunos pasajes que nos recuerdan esta última verdad:
Romanos 8:11: Nuestros
cuerpos mortales serán vivificados.
Romanos 8:23: Nuestros
cuerpos serán redimidos.
II de Corintios 5:1-3: Nuestros
cuerpos tendrán características incomparables a las que tenemos ahora.
Filipenses 3:21: Nuestros
cuerpos serán transformados a la semejanza de su cuerpo.
II de Pedro 1:4: Seremos participantes
de la naturaleza divina.
I de Juan 3:2: Seremos
semejantes a Dios.
2 comentarios:
Que TESTIMONIO tan IMPACTANTE... Toda la goria sea para Dios...
Salmo 135:5 Porque yo sé que Jehová es grande,
Y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses.
Todo lo que Jehová quiere, lo hace
gracias por el testimonio, Dios es grande...
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