“6Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. 7Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, Y David a sus diez miles. “8Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino. 9Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David.” – 1 Samuel 18:6-9.
El poder destructor de la envidia en ocasiones se torna demasiado peligroso. Cuando el joven David volvió de matar al filisteo incircunciso; las mujeres de todas las ciudades de Israel salieron cantando y danzando la siguiente frase:
Saúl hirió a sus miles, Y David a sus diez miles.
Esta frase tan sencilla y verídica a la vez, causó gran incomodidad en el corazón de Saúl, al punto de perturbar sus pensamientos por completo. El no podía aceptar que su siervo David tuviera más meritos de guerra que él, quien tenía la posición como rey sobre la nación de Israel.
El pueblo entero estaba reconociendo los “méritos” de David (que por cierto eran en su totalidad del Señor), al obtener tan grande victoria en el campo de batalla. Igualmente reconocían la victoria de Saúl pero en menor proporción. Esto fue finalmente gran parte del motivo que causó que Saúl de ahí en adelante no mirara con buenos ojos a David.
Si lees los siguientes capítulos del libro (1 Samuel), te darás cuenta de la obsesión del rey Saúl por quitarle la vida a su siervo David. Quería matarlo a como diera lugar. No soportaba ver y sentir que ante la nación entera, David se encontraba en mayor estima que el como rey. Que tremendo que un sentimiento como estos, haya causado en un hombre como Saúl; este deseo de corazón tan perverso. La envidia lo estaba llevando al intento de homicidio.
Piensa por un instante que cosas o situaciones causan este sentimiento tan dañino en tu vida. ¿No soportas ver que a las personas en tu trabajo les vaya mejor que a ti? ¿Te duele cuando alguien tiene cosas espirituales/materiales que tú no puedes tener? ¿Te incomoda aún ver como Dios usa a sus siervos y siervas en la obra del ministerio en las áreas donde tú no sirves de manera directa? ¿Sufres de manera permanente por los triunfos de los demás? Esta lista de preguntas es interminable. Te animo a seguir redactado algunas más…
En caso de que tus respuestas sean positivas, entrégale ese sentimiento al Señor y no permitas bajo ninguna circunstancia que el mismo siga creciendo. Al final de cuentas, el más perjudicado serás tú. David salió bien librado mientras que Saúl no tuvo un buen final.
Nos vemos mañana,
El poder destructor de la envidia en ocasiones se torna demasiado peligroso. Cuando el joven David volvió de matar al filisteo incircunciso; las mujeres de todas las ciudades de Israel salieron cantando y danzando la siguiente frase:
Saúl hirió a sus miles, Y David a sus diez miles.
Esta frase tan sencilla y verídica a la vez, causó gran incomodidad en el corazón de Saúl, al punto de perturbar sus pensamientos por completo. El no podía aceptar que su siervo David tuviera más meritos de guerra que él, quien tenía la posición como rey sobre la nación de Israel.
El pueblo entero estaba reconociendo los “méritos” de David (que por cierto eran en su totalidad del Señor), al obtener tan grande victoria en el campo de batalla. Igualmente reconocían la victoria de Saúl pero en menor proporción. Esto fue finalmente gran parte del motivo que causó que Saúl de ahí en adelante no mirara con buenos ojos a David.
Si lees los siguientes capítulos del libro (1 Samuel), te darás cuenta de la obsesión del rey Saúl por quitarle la vida a su siervo David. Quería matarlo a como diera lugar. No soportaba ver y sentir que ante la nación entera, David se encontraba en mayor estima que el como rey. Que tremendo que un sentimiento como estos, haya causado en un hombre como Saúl; este deseo de corazón tan perverso. La envidia lo estaba llevando al intento de homicidio.
Piensa por un instante que cosas o situaciones causan este sentimiento tan dañino en tu vida. ¿No soportas ver que a las personas en tu trabajo les vaya mejor que a ti? ¿Te duele cuando alguien tiene cosas espirituales/materiales que tú no puedes tener? ¿Te incomoda aún ver como Dios usa a sus siervos y siervas en la obra del ministerio en las áreas donde tú no sirves de manera directa? ¿Sufres de manera permanente por los triunfos de los demás? Esta lista de preguntas es interminable. Te animo a seguir redactado algunas más…
En caso de que tus respuestas sean positivas, entrégale ese sentimiento al Señor y no permitas bajo ninguna circunstancia que el mismo siga creciendo. Al final de cuentas, el más perjudicado serás tú. David salió bien librado mientras que Saúl no tuvo un buen final.
Nos vemos mañana,
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