Esta
semana en el libro de los Salmos veremos una porción de la instrucción que
invita a la meditación llamada “Masquil” en la que David habla de la felicidad
que produce el perdón en nuestras vidas.
SALMOS 32:1-5
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha
sido perdonada, y cubierto su pecado.
Bienaventurado
el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad,
Y en
cuyo espíritu no hay engaño.
Mientras callé, se envejecieron mis huesos
En mi gemir todo el día.
Porque
de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;
Se
volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah
Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.”
Vamos a
centrarnos en dos aspectos de estos versículos y tienen que ver con la
convicción y la confesión del pecado, David describió de una manera hermosa
como aplicar estas dos acciones de una manera práctica.
Cuando
conocemos verdaderamente a Cristo y hay salvación en nuestra vida, se hacen
manifiestas dos naturalezas en todos y cada uno de nosotros, una, la del viejo
hombre conformado a la imagen del primer pecador: Adán, y otra, la del nuevo
hombre conformado a la imagen de quien nunca pecó, ni peca, ni pecará: Jesús
nuestro redentor.
Si bien
nuestro pecado ya fue juzgado en la cruz del calvario y no puede afectar
nuestra salvación como se establece en II de Corintios 5:21: “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”, vamos a
seguir quebrantando las leyes de Dios, actuaremos injustamente y nuestra fe
muchas veces no acompañará nuestras obras. El pecado que sigamos cometiendo
traerá efectos devastadores en nuestra vida como la posibilidad de ser acusados
por Satanás de no ser salvos, la ruptura de la relación con Dios, la ausencia
de fruto espiritual y el debilitamiento de nuestro testimonio cristiano ante el
mundo.
LA CONVICCIÓN DEL PECADO
No es otra cosa que la aceptación de la plena responsabilidad de nuestro
pecado de una manera honesta e individual.
Cada
uno de los pecados que cometemos, sin excepción alguna, es única y
exclusivamente nuestra propia culpa y no de otras personas. La primera etapa
para erradicar una conducta pecaminosa es tener la plena capacidad de reconocer
y aceptar existencia de la trasgresión y las consecuencias que de ella se
derivan.
Salmos
51:3
“Porque
yo reconozco mis rebeliones,
Y
mi pecado está siempre delante de mí.”
Juan
16:7-8
“Pero yo os digo la verdad: Os conviene
que yo me vaya; porque si no me fuera, el
Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré. Y cuando
él venga, convencerá al mundo de pecado,
de justicia y de juicio.”
LA CONFESIÓN DEL PECADO
No es
otra que la expresión voluntaria ante Dios declarándole el pecado reconocido,
solicitando la restauración correspondiente, confiando en su promesa de perdón
y limpieza.
Salmos 51:1-2
“Ten
piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme
a la multitud de tus piedades borra mis
rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.”
Proverbios
28:13
“El que
encubre sus pecados no prosperará;
Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia.”
Hebreos
12:1
“Por
tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y
del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos
por delante,”
I de
Juan 1:9
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel
y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad.”
Jóvenes,
no confiemos en la carne, el viejo hombre está destinado al pecado y
desagradaremos a Dios de una u otra forma, es por esto que les invito a que nos
tomemos un buen momento para hacer una autoevaluación y como resultado de ella
de seguro habrá convencimiento de pecado y por ende la confesión
correspondiente para estar limpios frente a él.
Un saludo
de hermanos en la fe.
MAC
1 comentario:
Gracias. =)
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