“Los
sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú,
oh Dios.” -Salmo 51:17.
Pasando por el salmo 51 meditaba en
el dolor que refleja el rey David una vez ha caído en diversidad de pecados a
causa lo ocurrido con Betsabè, y en el arrepentimiento genuino que expresan
cada una de sus palabras. No hay duda en cuanto al dolor que este varón de Dios
estaba sintiendo y los efectos que el pecado cometido habían traído a su
cuerpo, alma y espíritu.
Pero lo que llamaba mi atención es
la convicción con la que David escribe el salmo que nos ocupa esta mañana.
Piénsalo, medítalo, analízalo. Había cometido adulterio, en su corazón planeo
todo para que Urías Heteo cayera muerto en la batalla, trato de embriagar a el
esposo de la mujer traicionada para luego con mentiras tratar de ocultar la
gravedad de lo que había hecho. Cosas muuuuyyyyyyy graves.
Es entonces que después de la
reprensión de Natán y de la muerte de su hijo con Betsabé, David arrepentido se
vuelve a Su Señor y en ese contexto de reconocer la gravedad de su pecado y
caer arrepentido delante de Dios, escribe estas palabras:
“Los sacrificios de
Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú,
oh Dios.”
Tremenda
enseñanza. Dios es amplio en perdonar (no confundas esto con licencia para
pecar – Dios al que ama disciplina y azota a todo aquel que recibe por hijo); y
David lo sabe. Es por esto que con un espíritu quebrantado (dolido por lo que ha
hecho), y un corazón contrito (arrepentido por lo que ha hecho) y humillado
(reconociendo su bajeza), cae delante de Su Señor convencido de que será acepto
de nuevo antes los ojos de Aquel a quien ha defraudado.
Insisto
de nuevo. ¡Que enseñanza! Que nos de temor pecar. Que lo pensemos dos veces.
Que entendamos la grandeza del perdón y la misericordia de Dios y que atraídos
por esto odiemos cada vez más el pecado. Que nos mantengamos limpios delante de
Él, oyendo Su Palabra y haciendo su voluntad.
Que
oremos como lo hizo el rey David en el salmo 51:10: “Crea en mí, oh Dios, un
corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.”
Un abrazo y nos leemos mañana,
Javier.
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