Es
fascinante ver en el registro bíblico, la forma como Dios literalmente
transformó la vida de hombres perversos y malos; quienes finalmente obedecieron
a la fe. Ejemplo de esto tenemos en la vida del apóstol Pablo. Miremos algunos
pasajes que así lo relatan:
“Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba
Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús,
recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes
en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió. Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran
persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron
esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y
hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre
él. Y Saulo asolaba la iglesia, y
entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la
cárcel.” – Hechos
7:58 – 8:3.
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.” – Hechos 9:1-2.
“Yo ciertamente había creído mi deber
hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice
en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a
muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales
sacerdotes; y cuando los mataron, yo di
mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido
sobremanera contra ellos, los perseguí hasta
en las ciudades extranjeras.” – Hechos 26:9-11.
Quizá
si hubiésemos vivido en la época de Saulo de Tarso, y estando aún en nuestra
condición de creyentes; podríamos haber pensado sobre el imposible de ver a un
hombre que actuaba de esta manera, postrado a los pies de Jesús y listo para
cumplir con el ministerio que Dios mismo le entregaría.
Desafortunadamente
así llegamos a pensar en ocasiones. ¿Mi papá? Nooooooooooo! Durante años me ha
insistido que no más con el cristianismo. ¿Mi jefe? ¡Imposibleeeee! Está “tan
bien” como está que no creo que necesite del Salvador. ¿Mi _____________? Y pon
tu mismo las excusas que en ocasiones sacamos y aun creemos.
Piénsalo
por un instante. Saulo asolaba a la iglesia. Respiraba amenazas y muerte contra
los discípulos del Señor. Consintió en la muerte de esteban. Arrastraba a
hombres y mujeres y los entregaba en la cárcel. Dio su voto para que mataran a
los santos y otras tantas maldades más. Aun
así, Dios le amó, le buscó y le salvó. Léelo tú mismo en el libro de los Hechos
de los apóstoles. Para la muestra un botón:
“Ocupado en esto, iba yo a Damasco con
poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey,
yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del
sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos
nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Yo
entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he
aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto,
y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los
gentiles, a quienes ahora te envío, para
que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la
potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de
pecados y herencia entre los santificados.” – Hechos 26:12-18
Ni más ni
menos. Ese es el poder transformador de nuestro Buen Dios. No hay excusa alguna
para rotular a un inconverso con el título de “imposible para Dios”.
Un abrazo
y nos vemos mañana,
Javier.
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